ANDRES ANZA
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POR LOS TERRENOS DEL PECADO

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Siempre quise escribir un texto que llevara un encabezado del tipo: “Tres razones de por qué odiar a Andrés Anza”; lo continuaría así: La primera de ellas sería por envidia, es inadmisible que a menos de un año de haber concluido su licenciatura en Artes, no sólo tenga ahora esta exposición, sino que gané el primer concurso importante en que participa, la Bienal Nacional de Arte Emergente… para colmo un evento Nacional! 

        Este hecho, no sólo me provoca envidia sino que me lleva a la siguiente razón de por qué odiarlo, es decir, lo odio también por su capacidad, capacidad de trabajo, capacidad creativa, capacidad para sentirse seguro de poder ganarse la vida con un oficio que se supone no lo llevaría más allá de ser un muerto de hambre. Fue esta capacidad, estoy seguro, la que hizo que el jurado de la Bienal lo premiara, o mejor dicho, que primero la reconociera y después emitiera su voto para que, mediante el premio, se le estimulara, se le alentara a seguir adelante. Al ver las obras que se premiaron, al ver las que están expuestas aquí, se comprende en qué consiste su capacidad de trabajo, no es sólo la paciencia y el cuidado puestos en el acomodo de los cientos de piezas que cubren, por dentro y por fuera, a todos y cada uno de estos objetos, se refiere, más bien, a pasar de uno al otro, de no ceder a la tentación de creer que se ha agotado el tema y la forma, y lanzarse al siguiente como si se tratar del primero. Eso es, sin duda, capacidad de trabajo, pero más sorprende la capacidad creativa, pensar y ver simultáneamente el frente y el atrás, la derecha y la izquierda, el arriba y el abajo, el afuera y el adentro, y más tratándose de objetos esféricos o que derivan de este cuerpo geométrico, requiere, demanda, no sólo trabajo sino de eso que llaman creatividad. 

        Esta es mi tercer razón para odiar a Andrés, mi propia ignorancia para enfrentar su trabajo. ¿Qué es lo que tengo frente a mi? Unos objetos irregulares, algunos casi esféricos, cubiertos de picos, parecieran erizos de mar, pero… ah… ya veo no sólo tienen picos por fuera sino que también los llevan por dentro, como si se doblaran o abrieran y al hacerlo nos dejaran ver qué tienen ahí donde la vista no alcanza, se convierten entonces en volúmenes y superficies con  un adentro y un afuera intercambiables en donde uno y otro dependen del punto de vista desde el que se observen. Pero, ¿porqué si no reconozco ninguna forma en estos objetos, si no son retratos, cuerpos, animales, máquinas, o plantas, me resultan atractivos?, ¿por qué veo en ellos un cierto ritmo, la insinuación de un movimiento, de cierta oscilación? Empiezo a entender que para que el arte me guste, no necesito “entenderlo”, no necesito reconocer qué es lo que representa; ahora caigo en que las puras formas, la dirección de sus líneas, la relación entre sus partes, el interior y el exterior, la manera en que se proyecta la sombra por su superficie, y el cómo refleja la luz, dan paso a objetos que sin decirlo explícitamente, se dirigen a nuestra inteligencia, a nuestra sensibilidad, a nuestras emociones, y que si al verlos, entenderlos y aceptarlos de esta manera, dialogo con ellos, pues no necesito más para apreciarlos.

        Después de haber reconocido la capacidad creativa de Andrés, así como mi ignorancia para hacer frente, entender y apreciar, las esculturas que hace, ¿quién no está de acuerdo en que tengo motivos más que suficientes para odiarlo?


​Xavier Moyssén L.


Universidad de Monterrey

Mayo, 2015
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